jueves, 23 de septiembre de 2010

Zygmunt Bauman, Mundo consumo. Ética del individuo en la aldea global, Paidós, 2010

Ante Zymunt Bauman sólo cabe la humildad. Humildad ante quien ha sido capaz de transformar nuestra visión de la posmodernidad convirtiéndola en modernidad líquida, subvirtiendo de paso los fundamentos que sostienen la obra inaugural de este pseudo-momento histórico, esto es, “La condición posmoderna” de Lyotard. El suyo no es un discurso dedicado exclusivamente a las condiciones de posibilidad asociadas al poder, antes que eso es un análisis cuasi antropológico sobre las bases a partir de las cuales pensamos nuestro contexto, definiéndolo y en cierto sentido transformándolo.

Bauman se define a sí mismo como sociólogo, pero su formación filosófica es más que relevante. A lo largo de toda su obra son muchos los pensadores que le han servido para contrastar sus teorías, es el caso de Adorno y el tema del Holocausto, de Gadamer y la hermenéutica, de Habermas y la Ilustración o de Scheler y la noción de ressentiment. Nos encontramos sin duda ante un sociólogo erudito, que bien dialoga con Freud como lo hace con Simmel y, tanto aborda las desigualdades en un mundo globalizado como desgrana sentimientos como el amor, el odio o miedo desde su particular punto de vista. ¿Estamos pues ante un sociólogo total dispuesto a definir el sentir de una época? En cierto sentido sí.

Puede que algún lector prefiera los análisis de Touraine, por citar al colega que hubo de recoger junto a Bauman el premio Príncipe de Asturias de este año que ya acaba, o los de Chakrabarty, de Giddens, de Appadurai o Sassen, sin embargo nadie podrá negar que este sociólogo de nacionalidad polaca ha trascendido los límites de la mera sociología y apunta a convertirse en algo más que el inventor de la expresión “modernidad líquida”.

Si uno se fija en su bibliografía notará que existen varios títulos dedicados a cuestiones que traspasan el terreno sociológico para inmiscuirse, por ejemplo, en los vericuetos de la cultura, la educación o la ética. Y éste es precisamente el tema de su última publicación en castellano Mundo consumo. Ética del individuo en la aldea global (Paidós, 2010).

Organizado en seis capítulos la obra parece un compendio de los temas más relevantes que han ocupado toda su producción intelectual. El consumismo, la transformación de las categorías de la modernidad, la libertad, los desafíos de la educación, el arte y el mercado, Europa. Todo con una intención muy clara: “luchar por la adquisición de unas nuevas y más adecuadas formas de pensar en el mundo en el que vivimos y las vidas que vivimos en él”.

Porque que nadie se equivoque, la misión que tenemos hoy como intelectuales debe plantearse como una lucha, “una lucha contra los elementos a la que nunca se da término”. Bauman constata que el mundo de hoy se transforma muy rápidamente y que en cierto sentido es hoy más difícil que ayer pensar cómo queremos vivir, pero sobre todo qué queremos defender. Con el tiempo, nos dice, “tiende a cambiar lo que se entiende por razón, como también lo hace el concepto de sentido común”, hace falta pues un nuevo marco interpretativo que permita situar a las nuevas categorías a la misma altura que las antiguas, una vez éstas han caído en el desprestigio.

Hoy, “que se ha descompuesto ya la centralidad del centro y que se han quebrado los vínculos entre esferas de autoridad estrechamente ligadas”, ya no nos sirven los términos como sistema, estructura, sociedad o comunidad, cada vez más somos conglomerados, redes, ni inferiores ni superiores, aleatorios, cuya sociabilidad depende del hecho de estar conectado o desconectado a ciertas ideas, propuestas, que rápidamente mutan como muta nuestra opinión sobre ellas.

Una vez hemos proclamado que toda vida, “lo sepamos o no, nos entusiasme la idea o abominemos de ella”, es una obra de arte nos damos cuenta que el único sustento que nos permite seguir viviendo no es otro que la auto-afirmación. Algo similar a lo que proclamó Nietzsche hace cien años. Somos un producto de nosotros mismos y nuestra identidad es tan maleable como la misma liquidez. Ya no dependemos de una comunidad heredada, sino que nosotros mismos generamos nuestra propia comunidad mientras la vamos narrando.

Ahora bien, cualquiera podría pensar que este nuevo panorama re-creativo nos salva de los antiguos errores que la humanidad haya podido cometer en el pasado. Nada más alejado de ello. Cambiará el contenido y la forma de lo que creemos y hacemos, pero no la necesidad de hacernos responsables de nuestras decisiones. Hace falta coraje, sin duda, también esperanza y obstinación, facultades que esquivan los calendarios políticos y que no pueden medirse estadísticamente, para no desfallecer ante el cinismo individualista que de todo se separa, convencido como está de su superioridad indiferente. Bauman las posee, sin duda, y este libro es un gran ejemplo de ello.

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