miércoles, 2 de febrero de 2011

Martha C. Nussbaum, Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Katz, 2010

“Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo”.

Estas apocalípticas palabras, pertenecen al último libro de Marta C. Nussbaum publicado por Katz editores: Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Originalmente publicado por la Universidad de Princeton, el libro trata como su título indica acerca de la peligrosa tendencia por parte de los gobiernos nacionales a descuidar dentro del panorama de estudios esas materias que por su contenido y metodología no son fácilmente aplicables a los intereses del mercado.

En este sentido Nussbaum afirma que hay dos clases de educación: la educación para el crecimiento económico y la educación para el desarrollo humano, pero en el fondo de esta división habita una idea que viene gestándose desde hace mucho tiempo: la substitución de la racionalidad integral por la racionalidad instrumental. Heidegger y su crítica de la técnica, Adorno y Horkheimer y su crítica a la Ilustración, Gadamer y su recuperación de las ciencias del espíritu, Benjamin, Apel, todos estos autores dedicaron toda su vida al mismo problema: la substitución de los fines por los medios, y la consiguiente pérdida de humanidad que ello conlleva.

En palabras de Nussbaum, las humanidades responderían a una clase de racionalidad que no se mide por su rentabilidad en términos económicos, sino por su “capacidad de desarrollar un pensamiento crítico; la capacidad de trascender las lealtades nacionales y de afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo”; y por último, la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo”. Las humanidades en este sentido apelan, como la misma palabra indica, a la humanitas, un concepto que puede reseguirse, cómo mínimo, hasta los tiempos en los que Sócrates obligaba a todo aquel que se le presentaba a no dar los argumentos por validos por el mero interés o por la mera opinión que suscitaban. De lo contrario, se trata de hacer ver cómo detrás del saber existe una dimensión que conecta con aquellos sentimientos más profundos que nos caracterizan como especie.

La tesis de Nussbaum es que los partidarios de la educación como crecimiento económico tienen miedo de las humanidades pues éstas promueven el cultivo y desarrollo de un tipo de comprensión, la comprensión crítica y reflexiva, que no puede pasar por alto las desigualdades y las diferencias, fenómenos que chocan frontalmente con la tendencia homogeneizadora del mercado. La vida, la salud, la integridad, la libertad política, la participación, la dignidad inalienable, son todos ellos aspectos de la educación humanista, una educación que apuesta por forjar ciudadanos informados, capaces de pensar más allá del consumismo y del status quo.

Pero no son únicamente los mercados los enemigos de las humanidades, también el nacionalismo lo es. Según Nussbaum el nacionalismo empaña toda forma de solidaridad, apostando por una clara división entre amigos y enemigos, entre aquellos que son como nosotros y aquellos que no. Algo que recuerda en parte a uno de sus artículos más famosos: “los límites del patriotismo”, donde claramente se expresa una fuerte defensa de los valores cosmopolitas.

A partir de algunos ejemplos, principalmente el programa pedagógico de Rabindranath Tagore y la mayéutica socrática, este libro nos ofrece algunas de las claves que deberían integrar toda educación humanista: una teoría consistente de los sentimientos morales. Hay que aprender a dominar el narcisismo que habita dentro de nosotros o la repulsión hacia aquellos que sentimos diferentes. También cabe formar a los alumnos en las prácticas de la argumentación, “ya que esta actitud crítica revela la estructura de la posición que adopta cada uno, al tiempo que exhibe los preconceptos compartidos y los puntos de intersección que pueden ayudar a los ciudadanos a avanzar a una conclusión en común”. Una tercera característica es precisamente ese saber cosmopolita que catapultó a la autora al epicentro del foro filosófico mundial. Pensar en clave cosmopolita nos permite aprender más de nosotros mismos, avanzar resolviendo problemas que requieren cooperación internacional, reconocer obligaciones morales con el resto del mundo que de otra manera pasarían desapercibidas y finalmente nos obliga a elaborar argumentos sólidos y coherentes basados en las distinciones que estamos dispuestos a defender. En definitiva, la promoción de una educación cívica enfocada hacia el mundo entero, primer paso para una verdadera globalización de la democracia.

Por medio de ejemplos recogidos de sus propias experiencias en la India y Estados Unidos este libro apuesta por el cultivo de la imaginación como herramienta necesaria para que niños y mayores comprendan que el mundo no es algo que nos venga dado, sino que todos y cada uno de nosotros puede contribuir al bien común gracias a su íntima originalidad. Tener imaginación implica no aceptar lo que nos viene dado tal y como se nos aparece, antes que eso imaginar “se vincula estrechamente con la capacidad socrática de criticar las tradiciones inertes o inadecuadas y le brinda a esa capacidad un soporte fundamental”.

Perder las humanidades significa, a ojos de Nussbaum, devaluar la democracia, exponer a las nuevas generaciones a los riesgos de caer en un pensamiento único perfectamente capaz de hacer resucitar las peores pesadillas totalitarias. Si bien la lucha no está del todo perdida todo apunta a que efectivamente la capacidad crítica de nuestros alumnos es cada vez menor. Este libro es un alegato en contra de ello, un grito en la oscuridad hacia una Europa que ha perdido sus valores fundacionales y un golpe sobre la mesa para que se recuperen algunos de los valores pedagógicos que han permitido conseguir las cuotas de libertad y de igualdad de las que ahora gozamos. Olvidar las humanidades significa olvidarnos y nadie sabe que terribles consecuencias puede conllevar este hecho en el futuro.

1 comentario:

  1. Excelente reflexión acerca de este asombroso libro que debería ser tomado en cuenta por grandes empresarias que mueven la economía de los países, la lucha debe continaurse....

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