viernes, 19 de junio de 2009

Pierre Hadot, La filosofia como forma de vida, Alpha Decay, 2009

Un filósofo es aquel que siempre está fuera de lugar, el que siempre importuna con sus preguntas y el que nunca es capaz de alcanzar ninguna respuesta definitiva. El filósofo, dice Hadot, es un ser errático, insobornable, aquel que hace de su vida un ejemplo de vida. Aquel que rebusca entre los restos antiguos de las civilizaciones la genealogía de aquellos que supieron morir tal como vivieron. La filosofía, así entendida, debe ser considerada una fe. Una fe en el pensamiento infinito, una fe en el no final. No existe un claro punto de partida, sólo inspiración y cultivo interior.

Estas son algunas de las ideas expresadas en un delicioso libro editado por Alpha Decay que lleva por título La filosofia como forma de vida. Excelentemente traducido por María Cucurella, en él se dan cita alrededor de un recorrido intelectual, el de Pierre Hadot, Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson, diseccionando con precisión algunos de los momentos más importantes de su biografía.

Si hemos de hacer caso de la particular visión que Hadot posee de la filosofía deberíamos asumir que éste, pese a ser un diálogo, es también un ejercicio filosófico, aunque quizás deberíamos mejor decir que es un testimonio, una declaración biografiada de los hechos de un apóstol del saber. En él se rememoran los primero años al lado de la Iglesia, así como los trabajos de investigación en el CNRS, tiempos que permitieron a Hadot formarse lentamente como filósofo y amante de la sabiduría antigua. De esa época nos queda, por ejemplo, su tesis doctoral, dedicada a Mario Victorino, desconocido retórico de la ciudad de Roma que había traducido tratados de Plotino. La investigación de Hadot se centró en encontrar las fuentes que sirvieron de inspiración a este romano que terminó convirtiéndose al cristianismo y esta es la manera en que conoció y acabó por rendirse a la sabiduría estoica. “Sumergirse en la totalidad del mundo”, con estas palabras de Séneca, Hadot marca el camino por el que debemos dirigirnos a él. En el libro cuenta la importancia que siempre otorgó a la expresión de Roman Rolland, la que se refiere al “sentimiento oceánico”, que él no identifica con el simple maravillarse ante la naturaleza. Desde este punto de vista, su estudio del pensamiento estoico, de Séneca, pero también de Sócrates, Marco Aurelio y de la mística plotiniana marcaría finalmente el destino de su producción intelectual.

La conversación recorre estos puntos uno a uno, pero Hadot, como buen filósofo, no se limita tan sólo a dar cuenta del contenido de cada teoría, de cada obra, de cada autor, sino que además añade constantemente la meta-reflexión que debe ir ayudándonos a entender su propia posición al respecto: un filósofo no es únicamente alguien que piensa, sino alguien que fundamentalmente piensa cómo piensa de una manera especial, hasta el punto que se hace más importante saber cómo uno piensa que saber qué uno piensa. ¿Por qué? Porque el pensar no es algo sujeto y fijo al mundo gracias a nuestras estructuras racionales, sino que, al contrario de ello, el pensar es como la vida, un fluido del que no podemos escapar y que nunca podemos abarcar del todo.

Mediante estas reflexiones Hadot pretende mostrar qué relación podemos establecer entre la vida cotidiana y la vida filosófica y qué puede aportar la filosofía a nuestra forma de vida. Resumiendo sus aportaciones en una sola idea podríamos decir que la suya es una defensa por la vida. Por la vida entendida, no desde la razón, sino desde la naturaleza. Somos una mosca en una tina de vinagre, nos dice recordando un antiguo proverbio chino, una mosca que debe volar si quiere sentir verdaderamente el mundo.

Hay que saber ser mosca y superar la dualidad del filósofo, aquella que “obliga” cada vez a elevarse respecto a las cuestiones mundanas, para después volver a las dedicaciones terrenales. Esta dualidad la supera Hadot recurriendo al ejemplo de Sócrates, de quien se dice que era filósofo por como vivía y no tanto por las enseñanzas que profesaba. Su muerte, testimonio de una actividad dedicada a la honestidad intelectual, no deja de ser memorable y representa el ejemplo que Hadot pretende fomentar.

La importancia del presente y la riqueza del instante pasan por la transformación de nuestra manera de ver y entender el mundo, el tiempo, las personas que nos acompañan. Captar así que la filosofía es antes que nada una praxis que modifica nuestra manera de estar aquí es aquello que se destila de este diálogo a seis manos. Todo un Banquete, revisitado.

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