viernes, 4 de marzo de 2011

Luigi Ferrajoli, Democracia y garantismo. Trotta, 2010

El mundo ha cambiado tras los ataques del 11 de septiembre, aunque lo ha hecho de manera totalmente inesperada. Irak cayó, Sadam fue ahorcado, pero la victoria fue el nacimiento de un “pueblo global -casi un embrión de sociedad civil internacional- unido por el hecho de compartir los mismos valores: la paz, los derechos humanos y la legalidad internacional”. Irak demostró cómo la democracia es un sistema político que no puede imponerse por la fuerza, sino que, por el contrario, se trata de una cuestión de respeto que depende de la voluntad de los habitantes de una sociedad. Es evidente que las manifestaciones que tuvieron lugar en todo el mundo no consiguieron frenar la ofensiva, pero el ejemplo sirvió para demostrar que en el siglo XXI legitimidad y uso de las armas no dependen sólo de las ocurrencias de los gobernantes.

El mundo, tras el 11-S, es un poco mas global y, a la vez, un poco más democrático. Pero no porque un régimen dictatorial fuese derrotado por el ejercito estadounidense, sino porque hubo un pálpito global que tuvo la valentía de manifestarse en defensa de la autodeterminación de los pueblos a decidir su propio futuro. Hoy, diez años después, el pueblo de Iraq vive aún en el desconcierto mientras sus vecinos inflaman las plazas en nombre de la democracia y la caída del antiguo régimen.

Es evidente que, pese a la desgracia de una decisión francamente equivocada, el 11-S representó una oportunidad para la democracia. No como argumento para justificar una guerra, tal y como algunos querían, sino para comprender que el equilibrio de poderes y su hondo sistema de garantías no es algo que pueda imponerse de la noche a la mañana. Hace falta una presión, una historia y unos modales para comprender que dicho equilibrio y dichas garantías sirven para aplicar la ley de acuerdo a los tres principios fundamentales: la paz, la igualdad y la tutela del más débil. Tres principios sobre los que reposa todo estado de derecho.

Al menos así lo cree Luigi Ferrajoli, reputado jurista italiano de quien Trotta viene publicando sus principales trabajos. En este caso, Miguel Carbonell, editor del libro, trata de mostrarnos una panorámica de la obra de Ferrajoli por medio de una compilación de textos. El volumen, titulado Democracia y garantismo, quiere ser una especie de “inventario selectivo” para orientar al lector en la producción intelectual de este profesor florentino en los años que van de la aparición de Derecho y razón (1989) hasta el Principia iurus (2007), dos momentos, según Carbonell, que podemos calificar de estelares, dentro de su carrera científica.

Una producción que destaca principalmente por el desarrollo de la teoría garantista. Teoría que le ha servido elogios de parte de un gran número de académicos y juristas por su avance en la vinculación entre democracia, derechos humanos y constitución. El garantismo puede definirse como: “las técnicas de tutela de los derechos fundamentales”, ante las cuales toda aplicación de la ley debe subsumirse. La estructura jurídica de un estado democrático y de derecho empieza, según Ferrajoli, por la Constitución como norma marco gracias a la cual se interpretan los diferentes derechos subjetivos. Derechos que deben entrar en relación y deben ser tutelados por el derecho objetivo en el que se fundamenta la ley magna de un estado o una nación. Así, en esencia, se trata de un mecanismo jurídico que permite velar por los derechos inalienables de todo ciudadano, más allá del desarrollo cotidiano de la justicia.

El volumen cumple con lo que promete y nos permite ver cuáles son los núcleos de Ferrajoli, así como algunas de sus aplicaciones. Se aclaran preguntas tan fundamentales cómo qué significa democracia, qué garantía o cuáles son las características de una democracia constitucional, a la vez que aparecen cuestiones relacionadas cómo el uso de la violencia por parte de la justicia, el argumento de la mayoría o la cuestión del relativismo de los derechos fundamentales.

En lo que se refiere al uso de la violencia, por ejemplo, Ferrajoli advierte que la Constitución como norma de legitimidad defiende el uso de la violencia en algunos casos, pero únicamente en aquellos en los que se pretende minimizar la violencia en las relaciones interpersonales. Derecho y paz, derecho y razón, como ya vimos en sus Razones jurídicas del pacifismo, son combinaciones indiscernibles en la obra de este profesor de filosofía del derecho.

Sobre la mayoría, en cambio, nos dice: “el fundamento de la legitimidad sustancial de la jurisdicción no es, en efecto, el consenso de la mayoría, sino la verdad de sus decisiones”. La legitimidad del derecho constitucional no dependería entonces del consenso, concepto al que Habermas nos ha acostumbrado, sino de la capacidad de los jueces por hacer cumplir con ciertas normas universales. Aquellas normas fundamentales que tienen que ver con los derechos del hombre y que pertenecen, en el ámbito del derecho, a “la esfera de lo indecidible”, donde ninguna mayoría puede impugnarlos, ya que no dependen de su aprobación.

Este subsumir las leyes a un órgano superior, como puede ser el tribunal constitucional, le ha valido a Ferrajoli muchas críticas a causa del gran poder que otorga a los jueces. Sin embargo, a sus ojos, el juez en este caso no es tampoco quien tiene la última palabra sino las normas sustanciales que residen dentro de la propia ley, normas que deben ser respetadas de acuerdo a los derechos inalienables de todo ser humano.

Unos derechos que, por otra parte, han sido acusados en numerosas ocasiones de relativistas y eurocéntricos. Nada más alejado de la verdad, según Ferrajoli, para quien el relativismo cae en cinco falacias, una de las cuales, la más importante a nuestro entender, es la de intentar imponer, precisamente, una homogeneización de la ética, cuya consecuencia no es otra que la pérdida de las diferencias culturales entre los pueblos. Nos dice: “la teoría garantista del estado constitucional de derecho no sólo no supone sino que ni siquiera requiere, ni debe requerir, la adhesión a los valores ético-políticos que incorpora jurídicamente. No solamente no la impone, sino que impone no imponerla. Hasta el punto de que la principal razón de la adhesión a la ética que subyace al estado constitucional de derecho, incluyendo el valor de los derechos fundamentales, reside en el hecho de que no requiere ninguna adhesión”. De hecho, para Ferrajoli, los derechos fundamentales, en virtud de su estatuto (ontológico), son los que permiten que afloren la diferencia y las diferentes formas en que se da el derecho, sin que ello sea un problema o se caiga en contradicción, y es por ello que los debemos respetar.

Todo ello sobre el horizonte de una norma mínima universal que debiera representar el primer paso en la constitución de una esfera pública del mundo. Según este profesor de filosofía del derecho, en un mundo inter-conectado globalmente no podemos dejar de lado la exigencia moral de respetar al prójimo, por muy lejos que se encuentre. Hacen falta unas instituciones internacionales de garantía destinadas a velar porque el mundo sea comprendido “no sólo por el mercado global, sino también por el carácter global e indivisible de la seguridad y de la paz, así como de la democracia y los derechos”. En este sentido, un sistema jurídico que permita el desarrollo democrático de las sociedades sobre la base del derecho a la paz como norma constitutiva del derecho internacional, se hace completamente necesario. Se trata de apuntar paralelamente hacia dentro de los estados y hacia su vinculación con los demás aprovechando que, a medida que avanza la interdependencia entre territorios, contamos con instituciones globales que poseen las herramientas suficientes como para ser capaces de administrar la obligación de cumplir con los mínimos exigibles.

Ferrajoli ha comprendido y nos quiere hacer comprender que un mundo en el que no sea posible un entendimiento mínimo sobre la base de la legalidad es un mundo condenado al fracaso. La esfera pública del mundo es posible y con sus libros Ferrajoli nos está dando algunas claves para forjarla. Habrá que ponerlo en el sitio que le corresponde, junto a los demás compañeros de camino, para poder seguir descifrando el futuro que nos espera al conjunto de los pueblos de la tierra.

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