Lo primero que uno siente al leer el último título en castellano del profesor Jean-Pierre Changeux, “Sobre lo verdadero, lo bello y el bien. Un nuevo enfoque neuronal”, es cierta reserva. Sin embargo, después de la lectura del libro uno entiende no únicamente su supina ignorancia en materia de neurociencia sino que la propia desconfianza responde asimismo a impulsos neuronales que aún no son debidamente tenidos en cuenta.
¿Significa entonces que el cerebro nos define tal y como somos y que no podemos escapar a su influencia? Segundo error en el que caemos. “Debe tomarse en cuenta la extremada complejidad de la organización funcional de nuestro cerebro, hasta ahora insospechada, que incluye las múltiples historias evolutivas pasadas y presentes, imbricadas las unas en las otras; genéticas y epigenéticas, del desarrollo, cognitivas mentales y socioculturales, donde cada una deposita una huella material singular en esa organización” que llamamos ser humano.
Pero una vez superadas las preguntas de parvulario, nos asaltan nuevas cuestiones. ¿Una base neuronal para la conciencia ética, para la estética, para la metafísica? ¿Es posible hablar de estos milenarios campos de interpretación desde un punto de vista neurocientífico? El libro que ahora reseñamos demuestra que no sólo lo es, sino que una vez entrados ya en el siglo XXI se hace completamente necesaria una reflexión en este terreno, si lo que queremos seguir evolucionando en la comprensión de la complejidad de la naturaleza humana y la riqueza interrogativa que ésta ha suscitado a lo largo de los siglos.
Pero vamos a ver con qué autoridad se nos dicen las cosas. El profesor Changeaux se integró en la cátedra de biología molecular de Jacques Monod en 1967, hasta que, en 1972, fue designado director de la misma disciplina en el Instituto Pasteur. En 1975 pasó a formar parte del Collège de France y allí ha desarrollado la mayoría de su carrera docente. El libro que ahora se presenta son el testimonio de treinta años de docencia dedicados, según él mismo, "a retomar la antorcha de la biología molecular y poner a prueba sus paradigmas y sus métodos en cuanto al estudio del cerebro y de sus funciones más integradas (cerebro, pensamiento)".
Hablar de la evolución de la neurociencia es hablar de la evolución del pensamiento del profesor Changeaux. A él le debemos las primeras explicaciones acerca del receptor nicotínico de acetilcolina, descubierto a partir del órgano eléctrico del pez y de la toxina alfa contenida en el veneno de la serpiente bungaro. Dicho descubrimiento nos permite comprender como los receptores están presentes en los múltiples nudos de la red sináptica cerebral y controlan el tráfico de las señales que circulan a través del conjunto del cerebro. ¿Qué señales? Nada más y nada menos que las que otorgan el tiempo de reacción a nuestros reflejos, así como de nuestras percepciones conscientes y la génesis espontánea y encadenamiento de los "objetos" de nuestros razonamientos. La originalidad del profesor francés no radica únicamente en describir tales receptores sino deducir de ellos que el cerebro actúa "encadenando etapas de exhuberancia y eliminación, de ensayos y errores" y no de manera rígida a la manera del ordenador.
Dicha actuación del cerebro demuestra según él un cierto grado de evolución que se configuraría exclusivamente de manera externa al genoma (con lo que no, no estamos determinados por nuestros genes), en una especie de darwinismo neural que ha permitido entre otras cosas acceder a la formación de los "circuitos culturales" del cerebro, los de la lectura, de la escritura y también de los sistemas simbólicos de cada cultura.
El libro empieza a finales de los años ochenta del siglo veinte, en los primeros balbuceos de la neurociencia, pero tales balbuceos permitió a los investigadores encaminar sus investigaciones sobre lo que hoy en día se llama la neurociencia de la conciencia, hasta llegar a lo que hoy el profesor Changeaux nos presenta: cuatro secciones, cada una de ellas dedicada a la idea de bien y de lo bello, de la cognición y del lenguaje, la química de la conciencia y finalmente a las raíces neuronales del conocimiento.
Repetimos: la neurociencia no nos quiere decir qué debemos pensar, sino cómo pensamos y en este sentido, por ejemplo, podemos hablar de que existen, se han probado, unas "bases neurales del juicio moral y, más particularmente, de la simpatía". ¿Cuales son? Todo cerebro posee, menos en el caso de los psicópatas con personalidad antisocial y violenta, unos "inhibidores de violencia" en la corteza frontal medial y de la circunvalación cingular posterior que se activan ante situaciones de dolor individuales o compartidas dando resultado a una cesación de la violencia y una apelación a la compasión. Así mismo poseemos unas neuronas en la corteza temporal que responden a la expresión de las emociones, la intencionalidad de la acción, dándose una "asamblea de neuronas y neurotransmisores distintos (dopaminas vs acetilcolina) de manera combinatoria y diferencial". Otra manera de explicar el reclamo del rostro el otro al que apelaba Levinas.
Pero también la neuroestética tiene algo que decir. Por ejemplo en la manera en que se compone una obra de arte: "en el nivel del lóbulo frontal se forman y se mantienen pre-representaciones en el compartimento consciente a corto plazo, para componer un primer pensamiento, una simulación mental del cuadro". O en la música: hay 30.000 neuronas sensoriales implicadas en la recepción de todos los sonidos que generan "múltiples mapas de la cóclea, así como existen múltiples mapas de la retina para el sistema visual. Efectivamente, ¡oímos la música con nuestro cerebro!"
El libro de Changeaux alterna, de manera digna de un gran erudito, las principales hazañas de los descubrimientos científicos con la evolución histórica que han sufrido los diversos fenómenos que se investigan. Es el caso por ejemplo de las huellas cerebrales de la escritura donde se parte de los signos rupestres prehistóricos, las lenguas sumerias, el sistema cuneiforme, la escritura jeroglífica, la escritura china y finalmente el nacimiento del alfabeto. Todo para acabar concluyendo que no es lo mismo un cerebro analfabeto que uno que es capaz de escribir. Que una vez el niño aprende a hablar y escribir se apropia de unos circuitos neuronales preexistentes e inmaduros que se inscriben de por vida en su cerebro modificando sus capacidades.
Y si hacemos caso de Gadamer y decimos que "el ser que puede ser comprendido es lenguaje", el estudio de las bases neuronales de la escritura y del habla se nos muestran como un paso necesario en la búsqueda de la verdad. Algo a lo que debemos añadir la capacidad del cerebro para "distanciarse" en busca de mirada omnisciente, capaz de reconducir sus impulsos según el conocimiento avanza y listo para reconocerse a si mismo cuando es necesario.
Pero, ¿para qué sirve que la ciencia se ocupe del bien, de lo bello y de la verdad? se pregunta Changeaux para terminar su libro. Y la respuesta es clara: para el desarrollo, la concepción y el fortalecimiento de los derechos humanos. La propuesta de Changeaux pasa por la integración transdiciplinaria de biología, neurociencia, ciencias del hombre y de las sociedades y la historia de las civilizaciones humanas. Una especie de Tercera cultura al estilo de John Brockman, que como en etapas anteriores, ofrezca nuevas oportunidades para la tolerancia y el respeto mutuo "sobre la base de un reconocimiento del otro como un otro yo que pertenece a una misma especie social surgida de la evolución de las especies".
No hay comentarios:
Publicar un comentario