sábado, 29 de octubre de 2011

Luigi Ferrajoli, Poderes salvajes. La crisis de la democracia consitucional. Trotta, 2011

Después de años de elaboración de un sistema constitucionalista que sea capaz de garantizar los derechos básicos que sostienen la democracia cómo ordenamiento político de las sociedades, el jurista italiano Luigi Ferrajoli carga en Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional, un pequeño volumen que ahora llega a su segunda edición, contra todos aquellos que, a su juicio, corrompen los principios de la vida política entendida democráticamente.

Según él mismo, hace falta llegar a una importante conclusión: “La democracia constitucional está expuesta a constantes manipulaciones por las deformaciones de la representación política; y a la inversa, la democracia política representativa no está solo limitada, sino también garantizada por la democracia constitucional, y puede ser preservada y refundada solo por la introducción y el reforzamiento de garantías constitucionales y legislativas adecuadas”. No cabe duda que la suya es una apuesta por la regulación, pero una regulación entendida como un complejo sistema de vínculos legales (reglas, separaciones, contrapesos) que deben ser impuestos sobre cualquier poder para garantizar el respeto a los valores y principios de la democracia constitucional.

En este sentido, nos dice, hace falta recordar dos cosas: por un lado, cuales son los principios que guían la democracia constitucional y, por otro, la necesidad de comprender que la democracia posee una dimensión sustancial que va más allá de sus procedimientos. Dicha dimensión procedimental está a punto de convertirse en el fín último de la democracia, hasta tal punto que ya podemos decir que se han empezado a corromper algunos de los principios básicos que la hacen posible, como son por ejemplo, la protección del más débil o el derecho a la información. Hace falta protegerse de los mandatarios, pero también del poder ciego de la mayoría, para vivir democráticamente. Todos sabemos de las corruptelas del poder y instintivamente alzamos un grito en favor del pueblo, sin embargo hay que aceptar la débil naturaleza de la mayoría, para quien su volatitildad es en muchos casos una ventaja, pero que a veces puede llegar a convertirse en objeto de manipulación si los medios utilizados son lo suficientemente poderosos.

Ferragoli nos plantea pues una doble amenaza: la amenaza de los gobernantes y la amenaza de los gobernados. En primer lugar nos recuerda los peligros de la entronización de un jefe de estado y la supeditación subsiguiente de las leyes a su propia persona y no al interés general. Es el caso evidente de Berlusconi, pero también lo es de determinados representantes políticos que viven muy cómodamente en algunas comunidades autónomas de España, amparados injustamente por el apruebo de la mayoría. Se habla asímismo de la pérdida del papel de mediadores de los partidos políticos, nacidos como asociaciones libres de ciudadanos, que se han convertido paulatinamente en “instituciones parapúblicas que, de hecho, gestionan de manera informal la distribución y el ejercicio de las funciones públicas” corrompiendo el pacto social que les une con aquellos a quienes representan.

Esta distancia que reina entre gobierno y población ha producido diversas consecuencias, entre las que se destaca la pérdida de derechos en lo que se refiere a la libertad de información. Bajo una perversa artimaña todos los medios de comunicación se supeditan a éste o aquel interés, cosa bien lícita, pero extrañamente ninguno es capaz de romper la maraña bajo la cual se impone un status quo que no refleja la totalidad de la realidad política. “La propiedad devora a la libertad” nos dice Ferrajoli cuando advierte la incapacidad de la clase informadora a ofrecer los contenidos de acuerdo a un principio básico: “todo el mundo tiene derecho a manifestar libremente el propio pensamiento”. Y es ahí donde empieza la rueda: gobernantes entronizados incapaces de conectar con la voluntad popular ni con los principios que le han permitido llegar a donde están desarrollan estrategias de poder que, en resumen, lo que desean es monopolizar más y más poder para alcanzar así el límite de la mayoría, asegurándose la continuidad.

Todo ello hace necesario desconsiderar, esta vez en el estrato inferior de la vida democrática, a todos aquellos discrepantes o diferentes que simplemente no son considerados ni en voz ni en voto a la hora de formar las mayorías parlamentarias. Esto produce una despolitización masiva progresiva y finalmente la disolución de la opinión pública al verse acrecentada cada vez más la cuota de no votantes que a su vez estimulan y legitiman otras formas de gobierno, alejándose también de los principios de la democracia constitucional, la única capaz de garantizar el estado de reciprocidad de derechos y deberes que nos permitan vivir pacíficamente. Con ello, siguen naciendo grupos de presión alternativos que pugnan por atrapar las conciencias descontentas de los frustrados políticamente, algo que nos lleva irremediablemente, según Ferragoli, hacia la “decadencia de la moral pública”, al entenderse que estos grupos no participan de los principios constitucionales y por tanto representan un paso atrás en la história política de un país.

Pero si algo caracteriza el pensamiento de este jurista italiano es su tenacidad a la hora de plantear nuevas soluciones. Es por ello que al final del libro nos regala algunos remedios que, a sus ojos, pueden ayudarnos a luchar contra la crisis de la democracia. Hace falta “un fuerte compromiso de pedagogía civil, dirigido a dar un nuevo fundamento en el sentido común a los valores del constitucionalismo democrático”, un fuerte compromiso y ciertas medidas que lo impulsen: el desarrollo de un método electoral proporcional, aclarar de qué estamos hablando cuando hablamos de separación de poderes, imponer la democracia interna dentro de los partidos políticos y fomentar formas de democracia participativa, así como una reforma del sistema de información encaminada a garantizar la libertad de pensamiento y de comunicación. Sólo así será posible, en el futuro, seguir hablando de democracia consitucional. En caso contrario nos encontraremos de frente con un neocaudillismo disfrazado de liberalismo cada vez más alejado del pueblo y por tanto cada vez más injusto y con un pueblo cada vez más desorientado tratando de labrar un futuro desde el barro al habérsele arrebatado su condición legitimadora del poder político.

Movimientos cómo el 15M, eminentemente pacíficos y que pugnan por una revitalización de la vida democráticamente entendida en contra de la deformidad social impuesta por los poderes salvajes se hacen necesarios como contrapunto a este estado político descontrolado, perdido entre Europa y América, con muy poca conexión con el interior de los estados. Ferrajoli utiliza su país como ejemplo, pero sólo hace falta abrir el periódico una mañana para darse cuenta que las realidades que se describen en este libro pueden extrapolarse a cualquier país del mundo.

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