Hay
una parte del libro en el que Gazzaniga recuerda una experiencia que
utilizó para escribir El cerebro social,
quizás su obra más conocida. En ella preguntaba a algunos
especialistas y no especialista qué era lo que creían que
distinguía a los hombres de los animales. Y sin ir más lejos su
hermano le contestó “los seres humanos nos sentamos ante un
ordenador e intentamos averiguar cuál es el sentido de la vida. Los
animales la viven. La cuestión es ¿quién se lo pasa mejor, el ser
humano o el animal?” La cita ilustra perfectamente el contenido de
este ¿Qué nos hace humanos? ya
que tiene la virtud de resumir perfectamente dos de las pasiones que
han guiado desde siemrpe las indagaciones de este eminente profesor:
por un lado, la pregunta por la especificidad del humano y, por otro,
la pregunta por cómo hacemos valer esa especificidad.
Dividido
en cuatro secciones bien podríamos decir que el recorrido que
plantea este libro va de lo más elemental, de lo más esencial,
hacia la que quizás sea la manifestación más característica del
ser humano, esto es, la moral, el interrogante principal de
Gazzaniga, que quedó parcialmente contestado con su libro El
cerebro ético. En él se puede
leer: “los seres humanos son máquinas de formación de creencias.
Con rapidez y convicción nos formamos creencias que poco arraigan en
nuestro ser. Pronto olvidamos su origen y su frecuente rareza, y las
consideramos presencias que dan sentido y orientación a nuestra
vida. Nos comprometemos con ellas y a ellas nos aferramos, aunque la
información de que disponemos nos indique lo contrario. Al parecer,
eso es lo que hace el cerebro”.
Alimentarse
de creencias y compartirlas. Esa podría ser la característica
esencial del cerebro humano respecto a los demás cerebros. Y
averiguarlo pasa por diseccionar minuciosamente todos los
experiementos que contrastan las actividades neuronales de las
personas con las de los animales. Esto es precisamente lo que nos
encontramos en este libro, que podría ser considerado como un
auténtico compendio de neurociencia, conveniendo finalmente que
existen numerosas características que nos hacen únicos y que, en
este sentido, podemos afirmar que sí, que el carácter único del
cerebro humano es una realidad y, con ello, que la diferencia entre
hombres y animales, pese a que estos poseen también su carácter, es
inconmensurable.
Es
cierto que los chimpancés piensan, tienen lenguaje y poseen
sentimientos, sin embargo frente a los biocentristas, que consideran
que todos los animales son iguales en dignidad, Gazzaniga, lejos de
menospreciar a los animales, considera que el Homo sapiens
es el único animal que
desarrolla aquello que denominamos “mente” y que ahí radica su
singularidad.
Una
singularidad que impregna todos sus movimientos, desde la idea del Yo
hasta el mundo las relaciones sociales. ¿Cómo se configura nuestro
grupo social? ¿De qué depende su formación y tamaño? El
apareamiento, la caza o el juego social siguen siendo aquí los
referentes históricos que inspiran las investigaciones, sin embargo,
de nuevo, la inmensidad del laberinto social humano no encuentra
parangón entre los animales de otras especies y, menos, la principal
de sus características: el hombre desarrolla reglas morales del
comportamiento en común y ningún otro animal lo hace.
Es
más, ¿por qué el cerebro posee sistemas de recompensa que nos
hacen disfrutar de experiencias fictícias? La respuesta es clara: la
maquinaria neuronal nos permite jugar con mundo imaginarios, de
manera que generamos hipótesis imposibles que, en el fondo, nos
ayudan a nuestra adaptación al medio en que vivimos. Sean éstas
manifestaciones morales, sean manifestaciones culturales, como en el
caso del arte, la pregunta por la manera que tenemos de generar
hipótesis abstractas que nos ayuden a seguir sobreviviendo en un
mundo aparentemente hostil nos plantea claramente, según el autor,
el fenómeno de la emergencia de la conciencia, es decir, cómo
hacemos para que el mundo sea mundo y el hombre un mecanismo físico
y psicológico que puede alejarse de él y por tanto transformarlo,
gozarlo, destruirlo. Algo que no puede ser estudiado recurriendo a
ningún otro animal que no sea el humano.
La
experiencia consciente de uno mismo y la capacidad para interpretar
la realidad que se nos aparece son, en general, las capacidades que
nos constituyen y que en su relación nos ayudan a componer el mundo
tal y como lo percibimos. De manera que podemos decir que somos una
especie de agregado de sensaciones, percepciones, análisis,
anticipaciones, miedos e interpretaciones que nos situamos en el
mundo gracias a la unión de los dos hemisferios que componen nuestro
cerebro. Ello, al lado del hecho de que somos capaces de desarrollar
retinas artificiales, cambiar el ADN a un embrión o inventar memoria
de silicona, no son más que un conjunto de caminos de investigación
que sirven a Gazzaniga para trazar brillantemente un recorrido por
los últimos hallazgos en materia de neurociencia a la hora de
ofrecer una explicación científica de lo que significa ser humano.
Seguir
investigando, podemos concluir, pasa por aceptar que, por ahora, no
existe ninguna máquina que pueda substituirnos. Quizás aquí
radique en el futuro la regla moral por antonomasia. Esta una
pregunta que el libro nos plantea, y que deja abierta.
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