martes, 26 de junio de 2012

Michael S. Gazzaniga, ¿Qué nos hace humanos?, Paidós, 2012

Repasando el penúltimo libro del profesor Gazzaniga traducido al castellano por Paidós uno observa que sus apreciaciones bien podrían ser las de un maestro alfarero o las de un cirujano que, sabiendo donde quiere llegar, le hace falta recorrer un largo y minucioso camino. En cada página rezuma el metodismo de quien ha investigado infinidad de casos, irregularidades y experimentos exitosos y fallidos hasta construir un pensamiento teórico-práctico que versa sobre las cuestiones más candentes de la neurociencia actual. Todo para responder a una pregunta clara: ¿qué nos distingue de los demás animales? ¿de qué hablamos cuando hablamos de la especificidad humana?

Hay una parte del libro en el que Gazzaniga recuerda una experiencia que utilizó para escribir El cerebro social, quizás su obra más conocida. En ella preguntaba a algunos especialistas y no especialista qué era lo que creían que distinguía a los hombres de los animales. Y sin ir más lejos su hermano le contestó “los seres humanos nos sentamos ante un ordenador e intentamos averiguar cuál es el sentido de la vida. Los animales la viven. La cuestión es ¿quién se lo pasa mejor, el ser humano o el animal?” La cita ilustra perfectamente el contenido de este ¿Qué nos hace humanos? ya que tiene la virtud de resumir perfectamente dos de las pasiones que han guiado desde siemrpe las indagaciones de este eminente profesor: por un lado, la pregunta por la especificidad del humano y, por otro, la pregunta por cómo hacemos valer esa especificidad.

Dividido en cuatro secciones bien podríamos decir que el recorrido que plantea este libro va de lo más elemental, de lo más esencial, hacia la que quizás sea la manifestación más característica del ser humano, esto es, la moral, el interrogante principal de Gazzaniga, que quedó parcialmente contestado con su libro El cerebro ético. En él se puede leer: “los seres humanos son máquinas de formación de creencias. Con rapidez y convicción nos formamos creencias que poco arraigan en nuestro ser. Pronto olvidamos su origen y su frecuente rareza, y las consideramos presencias que dan sentido y orientación a nuestra vida. Nos comprometemos con ellas y a ellas nos aferramos, aunque la información de que disponemos nos indique lo contrario. Al parecer, eso es lo que hace el cerebro”.

Alimentarse de creencias y compartirlas. Esa podría ser la característica esencial del cerebro humano respecto a los demás cerebros. Y averiguarlo pasa por diseccionar minuciosamente todos los experiementos que contrastan las actividades neuronales de las personas con las de los animales. Esto es precisamente lo que nos encontramos en este libro, que podría ser considerado como un auténtico compendio de neurociencia, conveniendo finalmente que existen numerosas características que nos hacen únicos y que, en este sentido, podemos afirmar que sí, que el carácter único del cerebro humano es una realidad y, con ello, que la diferencia entre hombres y animales, pese a que estos poseen también su carácter, es inconmensurable.

Es cierto que los chimpancés piensan, tienen lenguaje y poseen sentimientos, sin embargo frente a los biocentristas, que consideran que todos los animales son iguales en dignidad, Gazzaniga, lejos de menospreciar a los animales, considera que el Homo sapiens es el único animal que desarrolla aquello que denominamos “mente” y que ahí radica su singularidad.

Una singularidad que impregna todos sus movimientos, desde la idea del Yo hasta el mundo las relaciones sociales. ¿Cómo se configura nuestro grupo social? ¿De qué depende su formación y tamaño? El apareamiento, la caza o el juego social siguen siendo aquí los referentes históricos que inspiran las investigaciones, sin embargo, de nuevo, la inmensidad del laberinto social humano no encuentra parangón entre los animales de otras especies y, menos, la principal de sus características: el hombre desarrolla reglas morales del comportamiento en común y ningún otro animal lo hace.

Es más, ¿por qué el cerebro posee sistemas de recompensa que nos hacen disfrutar de experiencias fictícias? La respuesta es clara: la maquinaria neuronal nos permite jugar con mundo imaginarios, de manera que generamos hipótesis imposibles que, en el fondo, nos ayudan a nuestra adaptación al medio en que vivimos. Sean éstas manifestaciones morales, sean manifestaciones culturales, como en el caso del arte, la pregunta por la manera que tenemos de generar hipótesis abstractas que nos ayuden a seguir sobreviviendo en un mundo aparentemente hostil nos plantea claramente, según el autor, el fenómeno de la emergencia de la conciencia, es decir, cómo hacemos para que el mundo sea mundo y el hombre un mecanismo físico y psicológico que puede alejarse de él y por tanto transformarlo, gozarlo, destruirlo. Algo que no puede ser estudiado recurriendo a ningún otro animal que no sea el humano.

La experiencia consciente de uno mismo y la capacidad para interpretar la realidad que se nos aparece son, en general, las capacidades que nos constituyen y que en su relación nos ayudan a componer el mundo tal y como lo percibimos. De manera que podemos decir que somos una especie de agregado de sensaciones, percepciones, análisis, anticipaciones, miedos e interpretaciones que nos situamos en el mundo gracias a la unión de los dos hemisferios que componen nuestro cerebro. Ello, al lado del hecho de que somos capaces de desarrollar retinas artificiales, cambiar el ADN a un embrión o inventar memoria de silicona, no son más que un conjunto de caminos de investigación que sirven a Gazzaniga para trazar brillantemente un recorrido por los últimos hallazgos en materia de neurociencia a la hora de ofrecer una explicación científica de lo que significa ser humano.

Seguir investigando, podemos concluir, pasa por aceptar que, por ahora, no existe ninguna máquina que pueda substituirnos. Quizás aquí radique en el futuro la regla moral por antonomasia. Esta una pregunta que el libro nos plantea, y que deja abierta.






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