martes, 10 de diciembre de 2013

Pierre Hadot, La ciudadela interior. Alpha Decay, 2013


Con este ya son tres los títulos que Alpha Decay traduce de Pierre Hadot, uno de los helenistas más notables del siglo XX. Primero fue “Plotino o la simplicidad de la mirada”, libro en el que se repasan las claves principales del pensamiento del fundador del neoplatonismo, cinco años más tarde, en 2009, apareció en nuestras librerías “La filosofía como forma de vida”, una serie de conversaciones con Arnold I. Davidson y Jeannie Carlier, que Hadot entablara a propósito de la pregunta central que, según él, debería hacerse un filósofo, “¿qué significa filosofar? En junio de este mismo año aparece, “La ciudadela interior”, una de las primeras obras de este maestro de maestros, un texto dedicado a las disquisiciones de Marco Aurelio y su relación con el estoicismo de Epicteto.

Como todos los libros de Hadot, el presente tomo rezuma un exquisito conocimiento de las fuentes antiguas, fuentes que nos revelan muchos de los aspectos claves del pensamiento antiguo, tanto griego y romano, el cual, según el autor francés, debe ser interpretado, antes como una manera de sentir y vivir la vida, que como una mera especulación filosófica. Cualquiera que se haya aproximado a alguno de los trabajos de este profesor hemérito del Collège de Francia lo sabe, los suyos son libros minuciosamente documentados, elegantemente escritos y de una sensibilidad pedagógica que destila la complicidad manifiesta de aquel que ha aprendido a escuchar con los ojos a los muertos, como diría Roger Chartier.

Enmarcado dentro de lo que Hadot llama “ejercicios espirituales”, ejercicios que no deben ser restringidos al ámbito de los clásicos cristianos, como se dedicó en demostrar en su “Ejercicios espirituales y filosofía antigua”, sino que, antes que ello, deben retrotaerse como mínimo hasta la escuela de la Estoa, pórtico bajo el cual se congregaban los ciudadanos de Atenas para escuchar al primero de los estoicos, el libro nos muestra como el emperador-filósofo Marco Aurelio fue anotando en forma de Meditaciones todas aquellas sentencias que, basadas en el principio estoico por excelencia tal y como lo sintetizara Epicteto en su Manual “considera que lo tuyo es tuyo y lo ajeno, como es en realidad, ajeno”, pudieran servirle de reflexión para el dominio de sus pasiones, así como para la meditación de la más variada cantidad de temas, todos ellos relacionados con las reglas de vida.

Que la palabra es terapéutica ya lo descubrieron los estoicos, y los epicúreos, mucho antes que consejeros, coaches y demás agoreros pervertiesen sus enseñanzas ofreciendo sus cápsulas new age para la mejora de la autoestima y las habilidades personales. De hecho, tanto Séneca, como el citado Epicteto, tanto Epicuro, como todos aquellos autores que se enmarcan en el periodo helenístico, periodo que puede datarse entre la muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C. y el suicidio de Cleopatra y Marco Antonio el año 30 a. C., representan con sus obras la base a partir de la cual surgieron la mayoría de teorías acerca del saber vivir que definen el carácter de Occidente, la finalidad de las cuales no es otro que la asunción de la autarquía, el dominio de uno mismo.

Lo que el libro de Hadot quiere mostrarnos es que, dentro de todo esta constelación de autores, Marco Aurelio presenta características propias, lo suficientemente consistentes como para dedicarles una investigación. Ni que decir cabe, tratándose de Hadot, que nos encontramos ante una nuevo clásico acerca del estocismo y de sus ramificaciones. La prosa ligera, pero a la vez contundente, de Marco Aurelio “pronto lo habrás olvidado todo, pronto todos te habrán olvidado” convierte sus Meditaciones en un tratado sobre las virtudes, no ya de un emperador romano, sino de un súbdito de las ideas estoicas, con una especial facilidad para la escritura y la síntesis filosófica.

Ahora bien, la continuidad entre la obra de Epicteto y la de Marco Aurelio, es evidente. Tras una primera aproximación a la vida del emperador-filósofo, Hadot nos conduce hacia sus Meditaciones mediante una profundo análisis sobre Epicteto y las claves que Marco Aurelio pudiera haber heredado directamente de él. De esta forma, Hadot divide la filosofia de Marco Aurelio en tres grandes disciplinas, inspirado en la división ternaria de la filosofía que elaborara Epicteto, la disciplina del asentimiento, la disciplina del deseo y la disciplina de la acción, que, efectivamente, se corresponden con las tres grandes virtudes estoicas, la verdad, la justicia y la templanza, demostrando así la plena inclusión de estos apuntes en la historia de la filosofía clásica.

Lo interesante del personaje, a ojos de Hadot, es que más allá de su condición de máximo representante del imperio romano en ese momento, imperio que abarcaba casi toda Europa y media Asia, sus anotaciones (hypomnémata) apuntan a una sencilla manera de vivir que no tiene en cuenta el porvenir, sino el mero presente, tal y como ordena una vida estoica: “Haz lo mismo, tú también: come como un hombre, bebe como un hombre, ve al lavabo, cásate, ten hijos, lleva una vida de ciudadano, aprende a soportar las injurias, tolera a un hermano poco razonable, a un padre, a un hijo, a un vecino, a un compañero de viaje. Enséñanos esto con el fin de que veamos si has aprendido verdaderamente algo de los filósofos”.

Así, las Meditaciones, como cualquier tratado estoico, son, antes que nada, una preparación para la muerte a través del cultivo de la vida consciente. Hadot termina su exploración advirtiendo que estas enseñanzas no son algo propio únicamente del mundo greco-romano, sino que las encontramos de manera universal en otras culturas, sin que éstas puedan haber sido influenciadas. Tal es el caso, por ejemplo, de la sabiduría china, totalmente coincidente en “la conciencia de que no hay otro mal que el mal moral y que la única cosa que cuenta es la pureza de la conciencia moral”. De acuerdo, pues, con este sentido universal, Marco Aurelio nos ehorta, como tantos otros autores clásicos, a “pasar la vida de la mejor manera: el poder hacerlo reside en el alma, si somos indiferentes a las cosas indiferentes”.

Publicado en la Cátedra Ethos

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