El
2 de enero de 1991 Edmond Jabès fallecía en París, ciudad que lo acogió
después de que en 1956 fuera expulsado de su lugar de nacimiento, El
Cairo, a causa de su condición de judío. Errante hasta el último de sus
días, fue precisamente en Francia donde forjó su carrera literaria, una
carrera que le conllevaría un reconocimiento social notable por parte de
algunas de las principales figuras del momento. Jacques Derrida, por
ejemplo, nos dejó testimonio de su respeto en estas palabras enviadas a
Didier Cahen en motivo del homenaje a la muerte de Jabès. “Acababa de
descubrir Le livre des questions, por casualidad en un quiosco
de barrio, y allí había encontrado una voz, venida desde lugares a la
vez inmemorables y entonces poco transitados, poco discernibles, una voz
que entonces presentí que no me abandonaría jamás, incluso si un día
él, Edmond Jabès, al que todavía no conocía, del que no sabía nada, ni
siquiera si vivía y dónde, debía callar y dejarnos solos con sus libros.
Desde aquella primera lectura, ya tuve cierta experiencia del silencio
apofático, de la ausencia, el desierto, los caminos abiertos poco
transitados, la memoria deportada, el duelo, todos los duelos
imposibles”. Incluso cuando intentáramos explicar los meandros de la
obra de Jabès no podríamos ser más precisos que el autor de Escritura y Diferencia,
que consideraba a Jàbes como uno de sus referentes intelectuales. La
suya, como se verá, es una obra plagada de silencios y de interrupciones
fruto de las heridas de un pueblo y los retos olvidados que lo
consumen.
Recientemente Trotta ha publicado el último de sus libros, de póstuma aparición, titulado El libro de la hospitalidad, un libro que cierra la senda abierta por la serie El libro de las preguntas, al que le siguieron El libro de los márgenes, El libro de las semejanzas y El libro de los límites,
“libros divididos en libros, en otros libros, libros intercalados,
desgarrados, interrumpidos” tal y como afirma Sarah Martín, responsable
de esta edición.
Sobre el estilo de Jabès podemos citar la opinión de Paul Auster, quien, en El arte del hambre,
comenta: “Ni novela, ni poema, ni ensayo, ni pieza de teatro, El libro
de las preguntas combina todas las formas en un mosaico de fragmentos,
de aforismos, de diálogos, de canciones y de comentarios que gravitan
indefinidamente sobre la cuestión central del libro: como hablar de
aquello que no puede ser dicho? La cuestión es el holocausto judío, pero
es también la literatura misma. Gracias a un salto asombroso de la
imaginación, Jabès trata ambos como si fueran uno”. Efectivamente, la
obra de Jabès es una suerte de laberinto kabalístico hacia la
interioridad de la mudez de la palabra divina delante de la suerte del
pueblo judío, pero no sólo eso. Es cierto que es posible afirmar que todos
los libros de Jabès son uno y el mismo libro de acuerdo a lo que él
mismo nos dice: “Yo no escribo. Me obstino”. Pero, sin embargo, las
sentencias que encontramos en sus páginas también constituyen una
antropología serena, tranquila, humilde, de los anhelos y deseos de
cualquiera.
Leer El libro de la hospitalidad
es, pues, enfrentarse a un texto desdibujado, que intercala la
reflexión con el cuento y la teología con la poesía. Inconexo a veces,
este pequeño volumen se nos aparece, pero, preñado de sentido y de
anhelo de pregunta que interroga a aquel que no quiere dar respuesta.
“El desierto es mi lugar” advierte Jabès en las páginas iniciales, “y
ese lugar es un puñado de arena”. Resignado, todo aquello que podria
haber convertido a Jabès en un autor lleno de rencor y odio, la
desgracia de saberse desgraciado, funciona en él como un motor lleno de
enigmas que no decae en la voluntad de manifestarse a través de la
literatura y las palabras: “escribir, ahora, únicamente para dejar
constancia de que un día dejé de existir”, esa es la voluntad que animó
siempre a Jabès a seguir expresándose y a seguir creyendo que hablar en
la oscuridad era posible.
El
último de sus hallazgos en ese oscuro camino, aquel que no pudo
publicar en vida, fue la experiencia de la hospitalidad: “La
responsabilidad aliena. La hospitalidad aligera” nos dice como
hablándose a sí mismo. “Exiliado, tenías una baga idea de la
hospitalidad”. La hospitalidad en Jabès se trasciende en espera. UNa
espera que podríamos entender desde el punto de vista de aquel que
sabiéndose forastero encuentra alivio en una casa ajena, sin embargo en
Jabès no es tanto la acogida lo que caracteriza la hospitalidad, sino la
capacidad de aceptar el desamparo y acogerse a sí mismo: “Qué importan
las dificultades que encuentre por el camino. Acabará, en un momento
dado, por llegar, porque se sabe fervientemente esperado”. Saberse
esperado para siempre, he ahí la gracia y desgracia del pueblo judío:
“El judaísmo comienza con el final del judaísmo”.
Después
de una primera sección dedicada a preguntarse cual es la situación
desde la que parte su obra, el libro se divide en pequeñas partes que
sirven a Jabès para ir desgajando las caras de la hospitalidad. Así nos
habla, por ejemplo, de la importancia de la lengua: “La lengua es
hospitalaria. No tiene en cuenta nuestros orígenes. Puesto que no puede
ser más que lo que podemos obtener de ella, no es otra cosa que lo que
esperamos de nosotros”, o de la influencia divina: “la hospitalidad se
lee como una buena nueva”. Sintetizando ambos pasajes, JAbès afirma que
la hospitalidad nace de la indecibilidad de Dios que, a su vez, hace que
surga la palabra. La palabra que en su vacío genera el mundo: “El
milagro del universo es que no hay milagro. Y somos incapaces de
demostrarlo”.
Todo
en Jabès es misticismo que sigue “las ramificaciones de lo opaco”, sin
embargo sus palabras no nos llegan como las de un oscurantista que
quiere ocultarnos algo, al contrario, en todos los versos que componen
este libro, si es que podemos llamarlos así, se observa una clara
voluntad de consuelo: “inconmensurable es la hospitalidad del libro”, un
espacio para el adiós que dejan las palabras al intentar hablar: “el
vacío, antes que al hombre, acoge al pájaro”. La escritura judía de
Jabès contiene una tensión que se manifiesta en forma de promesa y, al
igual que en Benjamin, la aspiración que genera la grieta por la que se
cuela la resonancia de Diós configura un escenario a través del cual la
humanidad se despliega dejándo ver sus aristas, sus imperfecciones, y su
riqueza. De esta riqueza insiste Jabès nace el mandamiento de la
hospitalidad.
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