domingo, 28 de septiembre de 2014

Simon Critchley, Tragedia y Modernidad, Trotta, Madrid, 2014


¿Qué sentido tiene estudiar la tragedia griega en pleno siglo XXI? ¿Por qué deberíamos tomarnos en serio aún a esa tríada de magníficos escritores, Esquilo, Sófocles y Eurípides, que supieron plasmar con sus obras el universo moral griego a partir de la matanza, la violación, el robo o el rapto? Simon Critchley lo tiene claro y así lo demuestra en un pequeño volumen recién traducido por Trotta que lleva por título Tragedia y modernidad: “En un mundo definido por la velocidad incesante y la aceleración constante de los flujos de información que promueven la amnesia y la inagotable sed por el futuro inmediato, la tragedia es una manera de tirar del freno de emergencia”.

Volver la mirada hacia el pasado con la intención de encontrar respuestas a los interrogantes que nos atormentan representa un desafío para un presente que solo sabe mirar al futuro. He aquí una de las claves que ha llevado al autor de Muy poco... casi nada a devorar, anotar, sintetizar, la obra del último de los trágicos, el más denostado, Eurípides.

En una especie de analogía secularizada el texto de Critchley, que en realidad es la síntesis de una investigación mucho más ámplia aún pendiente de publicación, defiende desde el primer momento que aún nos queda mucho que aprender de la actitud con la que el mundo griego se relacionaba con el destino. La fatalidad de saberse desgraciado “no debe provocar un sentimiento de desesperanza o resignación, sino un profundo sentido ético de nuestro yo en su radical dependencia de los otros”. Crithley, en clara oposición con la filosofía del humor desbocado de su colega Zizek, como muy bien anota el responsable de este volumen, Ramon del Castillo, defiende que la tragedia griega representa “una invitación a pensarnos a nosotros mismos”.

La tragedia, como sucesión de acontecimientos fatales, dibuja un escenario, el escenario del escepticismo que, a la postre, no es posible dominar. Y esa es su mayor virtud. Ante la imposibilidad de modificar el curso de los hechos lo mejor que podemos hacer es tomar consciencia de los otros y de nuestra íntima imbrincación con ellos. “La tragedia da voz a lo que sufre en nosotros y en otros”. La tragedia de Critchley se yergue así como una defensa de la ambigüedad moral, la incapacidad para la acción, la necesidad de la obsesión inútil, en definitiva, todo aquello que somos y que ha sido ocultado por toda la historia del pensamiento occidental desde el momento en que Platón y Sócrates expulsaron del ágora pública a los poetas por su incapacidad para fijar un ordenamiento claro y sin aristas de lo que debería ser el buen hacer y una buena organización social.

Y es que la tragedia griega tiene mucho que ofrecernos aún. Algo que demuestra la interpretación en clave edípica de la crisis de la Eurozona, primer excurso de esta pequeña presentación, o la explicación de la política de la venganza que ha dado el siglo XXI después de la caída de las torres gemelas. La tesis de Critchley es que la tragedia nos obliga a ser humildes y a optar, no tanto por la violencia y la retribución, sino por una ética no violenta de la compasión, la única capaz de re-estabecer la armonía necesaria para detener la espiral violenta que, por principio, no cesa si se la alimenta.

Padecer la verdad en vez de suplantarla con decisiones humanas que solo hacen que agrandar la inercia destructora es aquello que Critchley nos pretende recordar con su vuelta a los griegos. Sin embargo es nada más provocativo para el mundo en que vivimos que la aceptación ignorante de aquello que nos espera. Vivimos en un mundo colonizado por el ánsia de dominación, obsesionados por transformar todo aquello que tenemos delante según nuestros propios intereses. Somos Edipo sin darnos cuenta. Cuando Edipo termina por asesinar a su propio padre y procrear con su propia madre lo hace cegado por su ánsia de control. Recordemos que el oráculo profetizó todo aquello que le esperaba, pero él en su desmedida (hybris) intenta dominar el destino que le espera con todas sus fuerzas, fuerzas que, como un bumerang terminan por convertirle a él en el objeto trágico por definición. “Edipo, el solucionador de enigmas, termina convertido en un enigma”. El intento de control, la falta de medida, el rechazo de toda humildad lo llevan a no ser capaz de ver lo que está sucediendo con su propia vida.

Nadie puede saber que hubiera pasado si Edipo, por el contrario, hubiese aceptado su sino y, por ejemplo, no hubiese vuelto a su lugar de orígen, quizás la tragedia se hunde más allá de donde Critchley nos invita a pensar. Sin embargo, hay aún una última idea en este breve texto que debería hacernos reflexionar: dejarnos engañar por el destino nos convierte en seres moralmente superiores. Si observamos a la luz de la historia de la filosofía esta sentencia nos damos cuenta que desde Sócrates cualquier tratado de filosofía ha intentado por todos los medios alejarnos de la oscuridad del engaño proponiéndonos la luz del orden perfecto, la luz divina o, finalmente, la luz de la razón como método infalible para seguir avanzando como humanidad. De esta actitud se derivan ideas tan relevantes para el mundo contemporáneo como la idea de progreso, de evolución o de actualización constante. Algo que, según la perpectiva griega nos convierte en perfectos héroes trágicos. Somos aquellos que no aceptamos nuestro destino y dedicamos todas nuestras fuerzas a enfrentarnos a él, algo que nos convierte, en último término, en enigmas de nosotros mismos. “La filosofía, según esta imágen, es una negación de la lamentación y de la experiencia de dolor y rabia que moran en el corazón de la tristeza”.

La apuesta de Critchley, por tanto, es el abandono de la razón dominadora, de la Razón con mayúsculas, y el reconocimiento de que todo razonamiento “es siempre un proceso de frágil negociación en medio de un mundo irreductíblemente violento”. La auto-conciencia del fracaso, la vida entendida como espacio de encuentro entre las diversas maneras que existen de interpretar lo bueno, es el campo de batalla en el que estamos expuestos y del que Eurípides nos habla con claridad pristina en todas sus obras. Es por ello que es éste, el poeta trágico menos valorado, quien Critchley recupera con la intención de darnos una lección de ética y política imposible de pensar desde las categorías modernas. Volver a los clásicos para comprender una nueva lógica del afecto, he aquí la exigencia que Critchley reivindica.

El librito se acompaña de una conversación con Tood Kesselman donde se repasan en forma de diálogo las principales preocupaciones de Critchley sobre esta cuestión. En un momento de la misma Kesselman, doctorando de la New School for Social Research, pregunta: Entonces, ¿sólo podemos ser o un neurótico moderno o un gilipollas antiguo? Exacto.

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