miércoles, 25 de noviembre de 2009

Michel Onfray, El sueño de Eichmann. Precedido de Un kantiano entre los nazis, Gedisa, 2009

Prosigue Michel Onfray su tarea de desvelar "la cara oculta" de la filosofía. En esta ocasión, el defensor de una historia de la filosofía centrada en aquellos autores que no han sido incluídos en el corpus filosófico de Occidente por su carácter excéntrico y heterodoxo, pretende enmendar la injusta asociación que ha quedado entre la filosofía de Nietzsche y el pensamiento nazi.

Todo el mundo sabe que Elisabeth Nietzsche, hermana del filósofo, recopiló y editó durante años sus obras dándoles un acento, entre otros, marcadamente anti-semita. A ella le debemos, para ser justos, muchas de las claves interpretativas del pensador del eterno retorno y de la voluntad de poder, pero eso no quita que su interpretación sesgada haya desviado la filosofía nietzscheana hacia interpretaciones que no le corresponden.

Puede que ya lo viera el cuerdo-loco de Nietzsche cuando en Ecce Homo dejó escrito: "Cuando busco la antítesis más profunda de mí mismo, la incalculable vulgaridad de los instintos, encuentro siempre a mi madre y a mi hermana, - creer que yo estoy emparentado con tal canaille seria una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me inspira un horror indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con seguridad infalible el instante en que se me puede herir cruentamente - en mis instantes supremos... pues entonces falta toda fuerza para defenderse contra gusanos venenosos...". Es evidente que sus sospechas no sirvieron para que Elisabeth hiciera de su obra un cajón de sastre para la Nueva Germania, sin embargo, según Onfray, nunca es tarde para hacer justicia.

Es nuestra obligación pues encontrar al verdadero culpable. Según el francés, es la filosofía de Kant y no la de Nietzsche la que sirvió al nazismo para justificar sus actos. Y para demostrarlo nos remite a la famosa anécdota recogida por Hanna Arendt en la que se describe el teniente coronel Adolf Eichmann confesando ante el jurado que debía fallar sobre su culpabilidad su devoción por Kant y por el imperativo categórico.

A partir de este hecho, en el libro se lanzan todo tipo de insinuaciones en contra de la filosofía kantiana por medio de un único argumento: para Kant el individuo "no tiene derecho a revelarse", la queja, dentro de la crítica kantiana, no tiene lugar porque se debe respetar siempre lo refrendado siguiendo los criterios de la razón ilustrada, no es posible trascender el status quo y por tanto sólo queda que obedecer al soberano. Bajo este argumento Onfray considera que "Kant es culpable de razonar alejado de la realidad del mundo, de la gente, de los hombres, como el habitante cándido del cielo de las ideas que tanto hacía reír -ya- a Aristófanes con la camarilla platónica".

Y no es casual la referencia a Aristófanes, puesto que El sueño de Eichmann es, curiosamente, una obra de teatro. Y todas estas ideas se transmiten a partir de un diálogo entre Kant y Eichmann antes de que éste sea ajusticiado. Así que deben imaginarse: un Nietzsche que se lo mira todo desde una esquina de la celda en la que un hombre moralmente derrotado, Eichmann, responde a un Kant sorprendido de las consecuencias de su filosofía. Un planteamiento formal sorprendente, sin duda, que contrasta con el tono ensayístico del texto que lo precede Un kantiano entre los nazis. Ambos dicen lo mismo, las mismas referencias, las mismas ideas, los mismos argumentos, pero no son iguales. Así que a uno le da por pensar cual fue primero: el ensayo o la obra de teatro. Juntos, sin duda, obligan a pensar en la posibilidad del traslado estilístico de las ideas. Y la pregunta que suscitan es la siguiente: ¿podemos servirnos del lenguaje teatral para explicar filosofía?, o dicho de otro modo, ¿existe un lenguaje estrictamente filosófico, como existe el lenguaje poético, el narrativo o el teatral? Sin duda, además de plantearnos los errores de la mentalidad ilustrada este breve volumen debe incluirse dentro del debate posmoderno sobre la crisis de géneros literarios.

Onfray dedica el libro a Inge Scholl y el grupo de La Rosa Blanca, profesores y estudiantes que se dedicaron a repartir panfletos en contra del régimen nazi en los último años de la guerra y que finalmente fueron ejecutados. Quizás porque cree enfrentarse a un régimen opresivo y calculador, quizás porque se siente cómodo con un género literario alternativo al modelo ensayístico actual que le ayuda a expresar las ideas de una forma diferente. De la mano de Onfray, la filosofía vuelve al teatro. ¿Volverán también los bufones?

1 comentario:

  1. Me temo que Onfray entendió mal los apuntes de Arendt sobre el juicio a Eichmann...

    Como sabes, Kant define la "ilustración" como "la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad" y propone la máxima: "atrévete a actuar/pensar por ti mismo". El imperativo categórico, su atención, es un tarea interna, reflexiva, del sujeto y lo que escandalizó a Arendt y al propio tribunal isrraelí que juzgó a Eichmann fue la "tergiversación" que de esta idea hizo Eichmann y gran parte de la sociedad ilustrada alemana, que trasnfería el centro de gravedad, el sujeto autoreflexivo, de ese imperativo a un sujeto soberano (algo que de ninguna forma Kant hubiera aprobado).

    En otras palabras: Onfray mezcla churras con meninas. Nietzsche, como dices, está muy alejado de lo que fue el nazismo, pero mucho más aún lo está Kant. Las críticas que se le puedan hacer a la filosofía kantiana desde la perseptiva nietzscheana son todas de gran peso, pero expulgar a nietzsche para culpar a Kant de abastecer ideológicamente al nazismo no es de recibo, porque no hay por dónde cogerlo.

    Lo que Arendt supo ver fue eso mismo: un pueblo ilustrado, como el alemán, tergiversando o interpretando ha doc ciertas obras justificó, para soportarse a sí mismo, el régimen nazi... En otras palabras: es el fin del proyecto ilustrado lo que se escenifica, el sujeto kantinao el que se ve imposibilitado... En ese sentido, nietzsche tenía razón: el mal no tiene sustancia y es relativo; nuestros juicios morales son, por ello, esencialmente banales y nuestros actos rara vez autoreflexivos: un pueblo entero, toda l cultura alemana, como corderos, entregaron su voluntad y su juicio a una causa, por miedo, por moda, por praxis... Sencillamente: todos fueron funcioarios del nazismo y la resistencia fue un excepción, no lo habitual... Quienes, los cuatro gatos, no se plegaron a ello, no lo hicieron movidos por un imperativo categórico o por una autonciencia libre, sino, sencillamente, por voluntad, casi como kamikaces, entregando su vida. Apenas hay 20 o 30 historias que recogen esas escepciones.

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